“La pintura es un estilo de vida y, por ende, indisociable de una forma de profesionalismo. El profesionalismo supone asiduidad, competencias reconocidas e interrelaciones con los demás profesionales. Para un artista el profesionalismo tiende a desarrollar su concentración, su energía, su sensibilidad… y a aprender un oficio asociado al riesgo. Existe una rivalidad entre las obras. Se pelean entre sí para sobrevivir y el cuadro logrado es un paraíso inestable, envidiado por imágenes que giran en su entorno. En nuestras sociedades del todo por la estética, la pintura es afectada por una forma de comunitarismo que a la vez la aísla y la sustenta. En el primer caso la pintura es la victima, en el segundo es la beneficiaria, capaz de hacer cundir su voz en el concierto de las rivalidades,” escribe el mismo Bissière.